Editorial Doulos
Introducción
Introducción
El propósito de este libro no es resolver el tema religioso del momento, sino más bien presentar ese tema religioso actual con la mayor claridad y nitidez posible, con el objetivo de ayudar al lector a evaluarlo por sí mismo. No resulta popular hoy, en absoluto, presentar tales cuestiones con tanta claridad y nitidez. Muchos prefieren pelear sus batallas intelectuales desde “un bajo perfil,” como lo ha descrito acertadamente el Doctor Francis L. Patton. Ser claros con las definiciones de términos en asuntos religiosos y enfrentarse a las implicancias lógicas de la perspectiva religiosa constituye, para muchos, un procedimiento impío. Podría desmotivar, temen, la contribución de la misión de juntas. Podría obstaculizar el progreso de la consolidación y producir una lastimosa muestra de estadísticas de la Iglesia. Pero con tales personas es imposible llegar a acuerdos. La luz, puede parecer, muchas veces, una intrusa impertinente; pero al final, su presencia será siempre beneficiosa. El tipo de religión que se deleita en el sonido piadoso de frases tradicionales, sin importarle su significado, o que retrocede ante temas controversiales, no será capaz de mantenerse en pie frente a los choques de la vida. En el ámbito de la religión, así como en otros ámbitos, los temas en los cuales los hombres están de acuerdo son aquellos de menor importancia; sin embargo, están dispuestos a pelear por aquellos temas de menor relevancia.
En particular, en el ámbito de la religión, estos son tiempos de conflictos. La gran religión de la redención, que ha sido conocida siempre como cristianismo, está batallando en contra de una creencia religiosa completamente distinta, la cual, usando terminología tradicionalmente cristiana, se hace aún más destructiva. Esta religión moderna, que no tiene nada de redentora, se llama “modernismo” o “liberalismo.” Ambos nombres son insatisfactorios; el segundo, en particular, atrae muchos cuestionamientos. Al movimiento llamado "liberalismo" se le denomina "liberal," pero sólo por parte de sus aliados. En cambio, para sus oponentes, el término pareciera ignorar muchos hechos relevantes. El movimiento es tan variado en sus manifestaciones que sería difícil encontrar un nombre que se pudiera aplicar acertadamente a cada una de sus formas. Muchas son sus formas pero todas tienen un origen común: el naturalismo, esto es, la negación de cualquier influencia del poder creador de Dios (a diferencia del orden natural de las cosas) en conexión al origen del cristianismo. Aquí el término "naturalismo" se usa en un sentido diferente a su significado filosófico. En su sentido no–filosófico, describe acertadamente lo que se denomina religión “liberal,” término que podría ser una degradación de un nombre originalmente noble.
El crecimiento de este liberalismo naturalístico moderno no es producto del azar, sino que ha sido ocasionado por cambios importantes en las condiciones de vida de los últimos tiempos. En el último siglo se ha evidenciado el comienzo de una nueva era en la Historia de la humanidad, la cual puede traer pesar, pero no puede ser ignorada ni por el conservadurismo más obstinado. No es un cambio que se mantiene bajo superficie, visible sólo para aquellos con un mayor discernimiento; al contrario, es claramente visible para el común de la gente. Las invenciones modernas y el industrialismo que se construyó sobre estas, nos han dado, de muchas maneras, un nuevo mundo. Tal como nos es imposible salir de la atmósfera en la cual respiramos, nos es imposible salir de este nuevo mundo.
Los cambios en las condiciones materiales de vida no son los únicos; estos se producen por fuertes cambios en la mente del hombre, los cuales, vienen consecuentemente por cambios en su espiritualidad. El presente mundo industrial no se produce por fuerzas ciegas de la naturaleza, sino por la actividad consciente del espíritu del ser humano; los cambios son consecuencia de los logros de la ciencia.
La expansión del conocimiento humano es el hecho más sorprendente de los últimos tiempos, el cual crece tomado de la mano del perfeccionamiento del instrumento de investigación, llegando a tal punto el logro que se percibe como ilimitada su posibilidad de avance en el ámbito material.
La aplicación de métodos científicos modernos es casi tan amplia como el universo en el cual vivimos. Aun cuando los logros en el campo de la física y química son los más palpables, no se puede aislar el resto de la vida de este análisis científico. Junto a las otras ciencias ha aparecido una nueva ciencia de la Historia, la cual, junto a la de la psicología y de la sociología, reclama absoluta igualdad a sus ciencias hermanas, aunque no lo merezca. Ningún departamento del conocimiento humano logra hoy aislarse de esta sed insaciable moderna por la conquista científica. Este viento inmisericorde se lleva todo tratado de inviolabilidad, sea o no canonizado por la tradición ancestral.
En esta época es evidente que cualquier herencia del pasado será expuesta a la luz de la crítica, y de hecho, muchas creencias se han derrumbado ante esta exigente prueba. Más aun, cualquier dependencia de una institución al pasado a menudo se interpreta como una presunción indebida que milita en contra en vez de a favor de la creencia. El hombre ha tenido que renunciar a tantas convicciones que ha llegado a creer que ninguna convicción debería ya existir.
Si tal moda de pensamiento es justificable, entonces no hay otra institución que encare una presunción más fuerte y hostil que la del cristianismo, ya que no hay institución que se fundamente de forma tan completa en la autoridad de épocas pasadas.
No estamos investigando si esta política es sabia o históricamente justificable; en todo caso, el hecho es simple, durante siglos el cristianismo no ha apelado a la veracidad de sus afirmaciones, simplemente o primeramente en base a la experiencia, sino que se basa en un grupo de libros, de los cuales el más reciente fue escrito hace aproximadamente diecinueve siglos. Con razón, hoy en día, se critica tal apelación, entendiendo que los autores del libro en cuestión eran hombres de su propia época, cuyas perspectivas sobre el mundo material, juzgados bajo estándares modernos, deben haber sido de lo más simples y burdas. Inevitablemente surge el cuestionamiento si las opiniones de aquellos hombres pueden definir normas hoy; en otras palabras, si la religión del primer siglo puede mantenerse en pie al lado de la ciencia del siglo XX.
Aun cuando es posible responder a tal cuestionamiento, este presenta un gran problema para la iglesia moderna. Muchas veces se intenta dar una respuesta más simple de lo que, a primera vista, pareciera ser. Se dice que la religión está tan separada de la ciencia, que si ambas se definen correctamente, no es posible llegar a un conflicto entre ellas. Pero este intento de separación es seriamente objetable, lo cual se intenta demostrar en las próximas páginas. Se debe observar que aun si es justificable tal separación, ésta no se logra sin esfuerzo; eliminar el problema de la ciencia y la religión constituye un problema en sí mismo. De hecho, correcta o incorrectamente, la religión en sí misma se conecta a muchas convicciones, sobre todo en el ámbito de la Historia, lo cual puede invocar temas de investigación científica, tal como los científicos investigadores se han adherido, muchas veces, correcta o incorrectamente, a conclusiones que afectan profundamente los campos de filosofía y religión. Por ejemplo, si se le preguntara a un cristiano común y corriente, hace un siglo o incluso hoy en día, qué pasaría con su religión si la Historia probara irrefutablemente que nunca existió tal hombre llamado Jesús en el primer siglo de nuestra era, sin duda él debiera responder que su creencia moriría. La investigación de los eventos ocurridos en el primer siglo en Judea, al igual que la investigación de eventos en Italia o Grecia, pertenecen al campo científico de la Historia. En otras palabras, nuestro cristiano común y corriente, correcta o incorrectamente, sabia o neciamente, ha conectado su religión, de tal forma indisoluble, con convicciones de las cuales la Historia también tiene derecho a hablar. Ahora, si esas convicciones, aparentemente religiosas, que pertenecen al campo de la ciencia, no son realmente religiosas, la misma demostración de este hecho no es trivial. Aun si el problema de la ciencia y la religión se reduce a desentrañar la religión de añadidos seudo–científicos, la seriedad del problema no se ve disminuida. Por lo tanto, desde cualquier punto de vista, el problema en cuestión es muy preocupante para la Iglesia. ¿Cuál es la relación entre el cristianismo y la cultura moderna? ¿Puede el cristianismo sobrevivir en una era científica?
Este es el problema que el liberalismo moderno intenta resolver. Admitiendo que puedan surgir objeciones científicas en contra de las particularidades de la religión cristiana—en contra de la doctrina cristiana acerca de la persona de Cristo, y la redención mediante Su muerte y resurrección—el teólogo liberal busca rescatar algunos principios de la religión, para los cuales dichas particularidades se consideran simples símbolos, y considera que tales principios constituyen “la esencia del cristianismo.”
Es cuestionable si tal método de defensa es realmente eficaz; pues una vez abandonada su defensa exterior al enemigo, retirándose a algún tipo de ciudadela interior, el apologista probablemente descubrirá que aún en aquel lugar, el enemigo lo perseguirá. El materialismo moderno, sobre todo en el campo de psicología, no se contentará con ocupar los barrios más bajos de la ciudad cristiana, sino que avanzará hasta los mayores alcances de la vida; se opone al idealismo filosófico del predicador tanto como se opone a las doctrinas bíblicas que el predicador liberal ha dejado de lado en búsqueda de la paz. Meramente conceder terreno de esta forma, jamás logrará evitar el conflicto intelectual. Hoy en día, en la batalla intelectual, no puede haber “paz sin victoria”; alguno de los dos bandos debe ganar.
Sin embargo, es posible que la ilustración que se acaba de presentar dé la impresión equivocada; podría parecer que lo que el teólogo liberal retiene, luego de abandonar, una tras otra, las doctrinas cristianas, sea algo tan distinto al cristianismo, que ni siquiera pertenezca ya dentro de la categoría de tal religión.
Se podría, incluso, llegar a concluir que los temores del hombre moderno con respecto al cristianismo no tienen verdadero asidero, y que al abandonar las murallas que fortificaban la ciudad de Dios han llegado a habitar la planicie de una religión vaga y natural, vulnerable ante el enemigo que siempre acecha.
Por tanto, se levantan dos líneas de crítica respecto al intento liberal de conciliar la religión con la ciencia. Se puede criticar al liberalismo moderno (1) de no ser cristianismo y (2) de no ser científico. Nos ocuparemos principalmente con la primera línea de crítica intentando mostrar que a pesar del uso de terminología y frases tradicionales, el liberalismo moderno no es sólo una religión distinta al cristianismo, sino que pertenece a una clase totalmente distinta de religiones. Pero, al mostrar que el intento moderno de rescatar al cristianismo es un intento falso, no estamos mostrando que no hay forma de rescatar al cristianismo. Al contrario, podríamos llegar a concluir, aun en este pequeño libro, que no es el cristianismo del Nuevo Testamento el que está en conflicto con la ciencia, sino el supuesto cristianismo de la iglesia moderna liberal, y que la verdadera ciudad de Dios, tiene suficientes armas de defensa para protegerse de los asaltos de la incredulidad contemporánea. Sin embargo, nuestra principal preocupación es respecto del otro lado del problema. Nos esforzaremos en demostrar que el intento liberal por reconciliar el cristianismo con la ciencia moderna ha implicado renunciar a todo lo distintivo del cristianismo, y que lo que en efecto queda es en esencia el tipo de aspiración religiosa indefinida que existía en el mundo antes de que el cristianismo apareciera en escena. Al intentar eliminar todos los elementos del cristianismo que podrían llegar a objetarse en el nombre de la ciencia, al tratar de sacar al enemigo de encima evitando el conflicto, darle las concesiones que más al enemigo le encantan, el apologista, en efecto, ya abandonó todo lo que buscaba defender en un comienzo. Al igual que en muchos ámbitos de la vida, las cosas que parecen ser las más difíciles de defender son las más valiosas y dignas de ser defendidas.
Al decir que el liberalismo en la iglesia moderna representa un vuelco a una religión no-cristiana o sub-cristiana, nos preocupa particularmente que no se malentienda lo dicho. Hablar de una religión "no-cristiana" al hacer esta conexión, muchas veces es visto como un oprobio, pero esa no es nuestra intención. Sócrates, por ejemplo, no era cristiano, ni tampoco Goethe; sin embargo, estamos completamente de acuerdo con el respeto que se les ha de dar. Se destacan inconmensurablemente respecto al común de la gente; si alguno menor en el reino de los cielos es mayor que ellos, claramente no es por una superioridad inherente, sino en virtud de un privilegio inmerecido, el cual en vez de desdén producirá humildad en él.
Tales consideraciones no debieran reducir la importancia de la pregunta en cuestión. Si pudiéramos imaginar una condición en que la predicación en la Iglesia fuera completamente controlada por el liberalismo, lo cual en muchos lugares ya es preponderante, creeríamos que el cristianismo finalmente habría muerto y que el Evangelio habría sonado por última vez. De ser así, se desprende que el tema en cuestión que más nos concierne y que estamos investigando es inconmensurablemente más importante que cualquier tema que la Iglesia deba enfrentar. Mucho más importante que las preguntas acerca de métodos de predicación, la raíz de la pregunta es qué debemos predicar.
Sin lugar a dudas, muchos se impacientarán y dejarán de lado los cuestionamientos respecto al tema. Por ejemplo, todos aquellos que plantean la pregunta expresando su incapacidad de concebir que tal pregunta deba volver a abrirse y responderse. Tal es el caso de los “pietistas,” de los cuales aún hay muchos. “¿Qué?,” dirían, “¿Hay alguna necesidad de argumentar en defensa de la Biblia? ¿Acaso no es la Palabra de Dios, la cual contiene verdad en sí misma, certidumbre inmediata y que sólo podría ser oscurecida en su defensa? Si la ciencia se contradice con la Biblia, ¡lástima por la ciencia!” A este tipo de personas les brindamos el más alto respeto, pues creemos que han acertado el punto más importante. Han llegado a través de un camino rápido y directo a la convicción que muchos otros reciben mediante un gran esfuerzo intelectual. Pero no podemos esperar que estén interesados en lo que queremos decir.
Hay otro grupo de personas desinteresadas que es mucho más numeroso. Consiste en aquellos que ya han respondido el tema y llegado a una conclusión definitiva, pero hacia el lado opuesto. Si uno de estos llegara a tener en sus manos este pequeño libro, no dudaría en dejarlo de lado, considerándolo como un intento más de defender una posición derrotada, sin esperanzas. Ellos dirán que al igual que existen personas que creen que la tierra es plana, hay otros que creen y defienden el cristianismo, la Iglesia, los milagros, la expiación y todo el resto. En ambos casos, se dirá, que son interesantes ejemplos de un desarrollo estacionario, pero que no vale más que eso.
Tal forma de cerrar el argumento, sin embargo, aunque finalmente se pueda o no comprobar, se basa en realidad en una visión imperfecta de la situación. Sobrestima exageradamente los logros de la ciencia. Tal como se ha observado, la ciencia ha logrado mucho, ha contribuido en muchas maneras a la creación de este nuevo mundo; pero existe otro aspecto del panorama que no debe ser ignorado. El mundo moderno representa, en muchos aspectos, grandes avances en relación al mundo de nuestros ancestros, pero en otros aspectos representa un lamentable declive. Los avances se aprecian en las condiciones físicas de la vida, pero, correspondientemente, en el ámbito espiritual hay pérdidas. Las pérdidas son, probablemente, más claras en el ámbito del arte. A pesar de la gran revolución que se ha producido y manifestado en las condiciones de vida externas, no existe ni siquiera un buen poeta que haya sobrevivido para celebrar el cambio. El ser humano se ha puesto torpe. Han dejado de existir, también, los grandes pintores, músicos y escultores. El arte que aún subsiste se origina mayormente sobre la base de la imitación, y cuando no, tiende a ser un tanto extraño.
Incluso el valor y la apreciación que se le da a las obras gloriosas del pasado poco a poco se pierden bajo la influencia de una educación utilitarista que solamente se preocupa de producir el bienestar físico. El gran libro “The Outline of History” de H.G. Wells, orgulloso en su absoluta eliminación de todo elemento espiritual de los rangos superiores de la vida humana, es un libro profundamente moderno.
Este declive sin precedentes en la literatura y el arte es sólo una manifestación de un fenómeno de mucho mayor alcance. Es sólo un ejemplo de cómo el hombre ha reducido su rango de capacidades y personalidad en este mundo moderno. Todo el desarrollo del mundo moderno ha limitado fuertemente el ámbito de la libertad del individuo. La tendencia se observa claramente en el socialismo: un estado socialista reduce al máximo la libertad de opción del individuo. Bajo un gobierno socialista, el trabajo y la recreación serían prescritos y no existiría la libertad del individuo. Pero la misma tendencia se aprecia hoy día, aun en esas comunidades donde el comunismo es aborrecido. Una vez que la mayoría ha determinado que un régimen gubernamental es beneficioso, el mismo régimen es forzado sin misericordia sobre el individuo.
Al parecer, a las legislaturas modernas no se les ocurre que aun cuando el “bienestar” es bueno, el bienestar “a la fuerza” puede ser malo. En otras palabras, el utilitarismo se encamina hacia a sus propias conclusiones lógicas; frente al interés del bienestar físico, los grandiosos principios de la libertad se lanzan al viento sin piedad.
El resultado es un empobrecimiento incomparable de la vida humana. La personalidad sólo puede desarrollarse en el mundo de la libertad de elección. En el estado moderno, este mundo merma lenta pero firmemente. Esta tendencia se hace presente de forma especial en la esfera de la educación. Se piensa que el propósito de la educación es producir el mayor nivel de felicidad para la mayor cantidad de gente posible. Más aun, se dice que el mayor nivel de felicidad para la mayor cantidad sólo se puede definir según la voluntad de la mayoría, que hay que evitar las idiosincrasias en educación y quitarles el derecho a los padres de escoger la educación de sus hijos, dejando esa elección en las manos del estado. Luego, el estado ejercita su autoridad por medio de los instrumentos que han preparado, y de inmediato, el niño es puesto bajo el control de expertos sicólogos, quienes no tienen el más mínimo conocimiento de las esferas más altas o espirituales de la vida humana; quienes, a su vez, impiden que aquellos que caen bajo su cuidado adquieran tal conocimiento. Tal resultado ha tardado en Norteamérica debido a los remanentes del individualismo anglosajón, pero muchas señales indican que esta posición media ya no podrá sobrevivir. La libertad se pierde con facilidad cuando sus principios fundamentales se entregan. Durante un tiempo se pensaba que el utilitarismo que entró en boga a mediados del siglo diecinueve sería un asunto netamente académico, sin influencia sobre el diario vivir. Pero se ha probado que tales apariencias han sido engañosas. La tendencia dominante, aun en un país como los Estados Unidos, que antiguamente se jactaba de su libertad de reglamentos burocráticos en los detalles de la vida, se dirige hacia un utilitarismo monótono en el cual se perderán todas de sus más altas aspiraciones.
Manifestaciones de estas tendencias son claramente visibles, por ejemplo, en el estado de Nebraska, donde actualmente se promulga una ley en la cual se prohíbe a los profesores, en cualquier estado, de cualquier colegio, público o privado, dar instrucciones a los alumnos en cualquier idioma que no sea el inglés, permitiendo, a su vez, sólo el estudio del inglés, a menos que el alumno se haya graduado del 8vo grado, y haya pasado un examen que debe rendir en la superintendencia del condado[i]. En otras palabras, se le prohíbe aprender un idioma foráneo, aparentemente incluyendo el griego y latín, hasta no tener la edad que le impedirá aprender bien el idioma. Es así como el colectivismo moderno lidia con un tipo de estudio que es absolutamente esencial para el genuino avance intelectual de todo niño. Las mentes de las personas en el estado de Nebraska y en cualquier otro estado que sostiene leyes similares[ii] permanecerán, bajo el poder del estado, en un estado de desarrollo estática.
Con este tipo de leyes pareciera que el oscurantismo encontró su punto más bajo, pero hay lugares más bajos aún. En el estado de Oregon, en el día de las elecciones, se aprobó una ley mediante un plebiscito el cual declaraba que cada niño debía estudiar en un colegio público. Los colegios privados y cristianos, por lo menos en cursos más bajos, dejaron de existir. Permaneciendo esta actitud de la gente, este tipo de leyes pronto se esparcirá mucho más allá de los límites de un estado, lo que significa, por supuesto, la total destrucción de la verdadera educación.
Cuando uno considera lo que ya han llegado a ser las escuelas de Estados Unidos—su materialismo, su desmotivación por cualquier tipo de esfuerzo intelectual sostenido, su motivación por estas peligrosas modas seudo científicas de psicología experimental—uno sólo puede horrorizarse ante la idea de esta sociedad en la cual no existe escapatoria de tal sistema asesino de almas. Pero el principio de tales leyes y su tendencia final son mucho peor que los resultados[iii] inmediatos. Un sistema de colegios públicos, en sí mismo, es definitivamente un beneficio enorme para la humanidad. Pero es beneficioso sólo si se mantiene saludable en el tiempo mediante la posibilidad absolutamente libre de la competencia de colegios privados. Un sistema de colegiatura público que provee educación gratuita para aquellos que lo necesiten, es un digno y beneficioso logro de los tiempos modernos; pero una vez que se vuelve monopolista, es el instrumento tiránico más grande que jamás se haya conocido. La libertad de pensamiento en la Edad Media se combatió mediante la inquisición, pero este método moderno es mucho más efectivo. Poner la vida de los niños en sus años de formación, a pesar de las convicciones de sus padres, bajo el control de expertos nombrados por el estado, luego obligarlos a asistir a colegios donde se destruyen las más altas aspiraciones del ser humano y donde la mente se llena del materialismo de la época—entonces será difícil incluso imaginar cómo los remanentes de la libertad podrán sobrevivir. Tal tiranía, apoyada por esta técnica perversa utilizada como instrumento para destruir el alma humana es, definitivamente, mucho más peligrosa que cualquier tiranía cruel del pasado, que a pesar de haber usado armas y espadas, permitieron, al menos, que el pensamiento estuviera en libertad.
La verdad es que permitir que el paternalismo materialista de nuestros días no sea examinado, hará rápidamente de los Estados Unidos una enorme “Gran Avenida,” en donde no habrá motivación para la aventura espiritual y la democracia estará restringida a las proporciones reducidas de la humanidad menos dotada. ¡Que Dios nos conceda la posibilidad de reaccionar, y que los grandes principios anglosajones de libertad se redescubran antes de que sea muy tarde! Pero sea cual sea la solución para los problemas sociales y educacionales de nuestro país, es necesario detectar la condición lamentable presente en el mundo en general. Es imposible negar que los grandes hombres son pocos o ya no existen, y que se ha observado una restricción en el área de la vida personal. El crecimiento material ha ido mano a mano con el declive espiritual.
Tal condición en el mundo debiera llevarnos a una decisión entre modernismo y tradicionalismo, liberalismo y conservadurismo, con un acercamiento libre de los prejuicios que tan a menudo se exponen. En vista de los lamentables defectos de la vida moderna, un tipo de religión no puede ser elogiado simplemente por ser moderno, ni condenado por el hecho de ser antiguo. Al contrario, la condición del hombre es tal, que vale la pena cuestionarse qué fue lo que produjo en los hombres del pasado tanta grandeza y en los del presente tal pequeñez. En medio de todos los logros materiales de la modernidad, es bueno preguntarse que si al ganar el mundo entero no estaremos perdiendo nuestras propias almas. ¿Estaremos para siempre condenados a vivir la vida sórdida del utilitarismo? ¿O existe algún secreto oculto que de ser descubierto restaurará algo de las glorias del pasado en la humanidad? El autor de este pequeño libro descubriría tal secreto en la religión cristiana. Pero la religión cristiana a la cual nos referimos definitivamente no es la religión de la iglesia liberal moderna, sino un mensaje de gracia divina, prácticamente olvidado hoy, como sucedió en la Edad Media, pero destinado a abrir paso una vez más en los tiempos de Dios, en una nueva reforma, para traer luz y libertad a la humanidad. Lo que el mensaje es, sólo puede ser claramente explicado, al igual que toda definición, por medio de la exclusión, por medio del contraste. Al exponer el liberalismo actual, que prácticamente domina en la Iglesia hoy, en contra del cristianismo, no estamos motivados por propósitos negativos ni polémicos; al contrario, al mostrar lo que el cristianismo no es, esperamos ser capaces de mostrar lo que el cristianismo es para que el hombre pueda alejarse de los elementos débiles y miserables, y recurrir nuevamente a la gracia de Dios.
[i] Laws, Resolutions and Memorials por la legislatura del estado de Nebraska, durante la sesión número 37, 1919, capítulo 249, p. 1019.
[ii] Compare, por ejemplo, Legislative Acts of the General Assembly de Ohio, Vol. cviii, 1919, pp. 614f.; y Acts and Joint Resolutions of the General Assembly of Iowa, 1919, Chapter 198, p. 219.
[iii] Este principio maligno se ve con mayor claridad en las denominadas “Lusk Laws” en el estado de Nueva York. Una de estas se refiere a los profesores de colegios públicos. La otra sostiene que “Ninguna persona, compañía, corporación o sociedad puede conducir, mantener u operar ningún colegio, instituto, clase o curso de instrucción en ninguna materia sin que haya aplicado y se le haya concedido el permiso de parte de la Universidad del Estado de Nueva York para conducir, mantener u operar tal instituto, colegio, clase o curso.” Además sostiene que “Una Institución, colegio, clase o curso que reciba el permiso mencionado en esta sección estará sujeta a la visita de oficiales y empleados de la Universidad del Estado de Nueva York.” Ver “Laws of the State of New York, 1921, Vol. III cap. 667, pp. 2049-2051. Esta ley es elaborada en forma tan amplia que no podría ser reforzada ni siquiera por el ejército alemán completo, con su eficiencia pre-segunda guerra, ni por todo el sistema de espionaje del Czar. La medida de la fuerza aplicada queda a discreción de los oficiales, y los ciudadanos quedan constantemente bajo el peligro de esa intolerante interferencia en la vida privada, resultado de la aplicación de las medidas a los "cursos de pedagogía." Una de las exenciones es muy mala, en particular. “La licencia no podrá ser requerida,” sostiene la ley, “por colegios establecidos y mantenidos, de ahora en adelante, por una denominación religiosa o secta, reconocida como tal, durante el tiempo que esta sección se lleve a cabo.” Uno puede gozarse en que las iglesias actuales están libres, en este tiempo, de la amenaza de la ley. Pero en principio la limitación de la extensión para las iglesias existentes es realmente contraria al principio fundamental de la libertad religiosa, porque crea una distinción entre las religiones establecidas y las no establecidas. Siempre hubo tolerancia para cuerpos religiosos establecidos, aun en el Imperio Romano; pero la libertad religiosa consiste en derechos igualitarios para nuevas cuerpos religiosos. Las otras exenciones no disminuyen ni en lo más mínimo el carácter opresivo de la ley. Así tan malos son los resultados inmediatos de la ley, más alarmante aún es lo que revela acerca de la gente. Gente que tolera este tipo de leyes es gente que se ha alejado mucho de los principios de libertad de los Estados Unidos. El verdadero patriotismo no conciliará con la amenaza, sino que buscará guiar al pueblo hacia los principios que nuestros padres, en América e Inglaterra, estuvieron dispuestos a defender hasta la muerte. Hay algunas señales de que las Leyes “Lusk” podrían ser derogadas. De ser así, nos servirán de ejemplo de que hay que estar muy atentos para preservar la libertad.